La situación
En los últimos años, científicos, estudiosos y técnicos del fuego, sean operativos u observadores, mujeres y hombres de estadísticas, han lanzado voces de alerta y empezado una carrera para ir preparándonos sobre los “incendios de sexta generación”, los “pirocúmulonimbos”, las “tormentas de fuego”, los “megaincendios”, y otros tantos neologismos que se tuvieron que crear para designar fenómenos nuevos y desconocidos, al menos para las generaciones pasadas y para la ciencia. Estos incendios liberan tal cantidad de energía que modifican la meteorología de su entorno generando columnas de convección que al enfriarse en altas capas de la atmósfera se desploman en forma de “tormenta de fuego”, la cual multiplica los focos y extiende las llamas a una gran velocidad. Lo que dicen los expertos es que son los ecosistemas -ecosistemas con una enorme carga de combustible hasta ese momento exento de incendios importantes- los que están recibiendo diferentes tipos de estrés: enorme presión de uso agrícola y ganadero, modificación de su estructura, vegetación enfrentada a incendios muy frecuentes en las últimas décadas donde bajaron las condiciones de humedad, subió la temperatura y el déficit de agua llegó a extremos impensables, por lo cual estos necesitan evolucionar cambiar para adaptarse a los nuevos tiempos del clima y esas presiones.
Para quienes estamos entre el conocimiento tradicional del fuego, normalmente práctico y oral, por un lado, y artículos científicos y conferencias magistrales de grandes expertos que tratan de modelar comportamientos de fuego en el otro, estas nuevas manifestaciones del fuego pueden ser interpretadas tan sólo bajo la óptica de enfrentar cada evento con tácticas creadas “al vuelo”, adaptando a “lo que surja”, descifrando estos síntomas para conocer las causas subyacentes en ellas, y de esa manera nuevamente regresar una vez conocidas las causas a tratar de deducir que síntomas pueden ocurrir ahora y a futuro con base a esas causas. Las escuelas de entrenamiento y capacitación en combate de incendios se ven desfasadas ante la realidad de un clima casi radicalmente modificado en las últimas décadas, en el proceso (¿reacción?) de cambios climáticos en marcha, el cual sigue -y seguirá- una acelerada marcha hacia más cambios, los cuales serán la causa de más síntomas a los cuales responder, y, por tanto, probablemente mayor cantidad de neologismos que la ciencia habrá de crear.
Ya sabíamos quienes combatimos incendios forestales que el tiempo atmosférico en las zonas más cercanas a las llamas era incluso radicalmente diferente al que nos dictaban los especialistas en interpretación de imágenes de satélite en sus predicciones basadas en sensores remotos. Sólo que los síntomas que veíamos nosotros eran seguramente aislados o aún no significativos para modificar a escala tan grande. Para las comunidades tradicionales, indígenas y criollas, este tipo de incendios es totalmente nuevo, y con nostalgia ven sus artes y experiencias de uso y manejo de fuego sencillamente rebasadas… ¿Nos estamos volviendo quijotes contra esos ardientes molinos de viento?
A tal punto se han modificado los ambientes rurales y las áreas cercanas a nuestros parques y reservas, los mismos incendios, que hoy día la palabra Incendio Forestal va unida a la palabra Interfaz. Esta simple palabra contiene una realidad basada en la presión social y económica sobre nuestras reservas y parques naturales protegidos, además del crecimiento de las áreas urbanizadas. Mas de 20 muertos y miles de viviendas e infraestructura destruidas en los recientes eventos en Chile desnudan esa realidad. Desde los incendios en Portugal del 2017, que incluyó zonas de interfaz, los propios europeos se dieron cuenta que no tenían la capacidad de extinguir un megaincendio; estos incendios quedan fuera de la capacidad humana de los combatientes. Los incendios del Roboré tuvieron extraordinaria importancia en la comprensión del nuevo fenómeno, ya que se repitió cinco veces en un mes, lo que no se vio en los otros incendios importantes que habían tenido el efecto tormenta de fuego. Gran parte de los incendios se está dando en sitios y tiempos totalmente fuera de lo “habitual”, en toda la Región del Cono Sur, acompañando los cambios que se ven en sus paisajes.
Incendios Roboré
Los incendios del 2019 en la Chiquitanía-Chaco en Bolivia y en Paraguay, conocidos como “Roboré” y que entre agosto y septiembre de 2019 llegaron a afectar cerca de las 90.000 ha. por día, son considerados los de mayor intensidad y rapidez de desplazamiento en el planeta. Hasta ahora. Estos incendios fueron el ejemplo más claro y mejor documentado -nuevamente “hasta ahora”- de los incendios conocidos como “de sexta generación”. Este ecosistema, que es un bosque seco (el mayor del mundo) que en cierta época del año deja caer sus hojas las cuales forman un colchón de combustible, es Sensible al Fuego. Estos ecosistemas no se han desarrollado con el fuego como un proceso importante y recurrente, y por tanto las especies carecen de las adaptaciones para responder a los incendios y la mortalidad es alta incluso cuando la intensidad del fuego es muy baja. Bajo condiciones naturales y sin perturbaciones (en el pasado), el fuego era un evento muy raro. Si bien puede ser que estas áreas hayan tenido incendios y sequías prolongadas en épocas pasadas, no ha evolucionado con el fuego como otros ecosistemas de sabanas adyacentes. Pensar en la recomposición de ese ecosistema debería hacerse pensando en el contexto de temperaturas cada vez más altas, ciclos de sequías más prolongadas y un régimen de uso de fuego mucho más frecuente y extendido, presión de uso constante, creciente y muy numeroso.
Pantanal
En la región del Pantanal, los titulares de la prensa han hablado, fotografiado y grabado mucho material de los incendios ocurridos en este ambiente. Asimismo, no se han ahorrado calificativos en los titulares, recalcando el “rol tremendista” de este elemento natural en el ecosistema. Palabras como “desolación”, “paraíso perdido”, “tierra calcinada”, “naturaleza perdida”, entre otras frases desesperanzadoras, son las que el público escucha cuando llegan los ciclos de incendios en el Pantanal. Sin embargo, muy poco realce se da en esa misma prensa al renacer de ese ecosistema después de los fuegos, a su reverdecer y florecer…
La ecorregión del Pantanal es un ecosistema clasificado como Dependiente del Fuego, en el cual el fuego es esencial y las especies han desarrollado adaptaciones para responder positivamente y para facilitar su propagación, es decir, la vegetación es inflamable y propensa al fuego. A menudo se denomina ecosistema adaptado al fuego o mantenido por el fuego. En estos ecosistemas el fuego es un proceso esencial, la frecuencia y estacionalidad de los incendios establece qué especies persisten y cuáles desaparecen. Quitar el fuego, o alterar el régimen más allá de la variabilidad normal, transformará el ecosistema en algo diferente, ya que se pierden diversidad de plantas y animales por destrucción o modificación de su hábitat. Los regímenes del fuego son heterogéneos en el paisaje, al igual que lo son los regímenes de crecientes de los ríos…
Adaptación es igual a resiliencia
En el Paraguay la difusión y empoderamiento de las leyes en referencia al control, prevención y manejo de fuego ha sido paupérrima, así como su cumplimiento; la Ley 4014 del 2010 no fue implementada ni por las autoridades de aplicación de la citada Ley durante los 11 años que duró su vigencia. Esa situación de no aplicación o implementación no solo significa el tiempo perdido en avanzar al respecto, sino que también produjo un descreimiento generalizado de que el nuevo marco legal (Ley 6818/21), tenga diferente resultado.
En Bolivia, uno de los elementos que ayudan a que la recuperación del Bosque Chiquitano sea un sueño lejano es el mismo marco legal boliviano. El decreto supremo 26075 textualmente reza: “En los departamentos de Santa Cruz y Beni se autoriza el desmonte para actividades agropecuarias en tierras privadas y comunitarias que se enmarquen en el manejo integral sustentable de bosques y tierra (…). En ambos departamentos se permite la quema controlada de acuerdo a reglamentación vigente en las áreas clasificadas por el Plan de Uso de Suelo (PLUS) que así lo permitan”. Este principio legal se ha usado hasta el cansancio y aún más para justificar ciertos desmanejos.
Por otro lado, en el año 2022, por primera vez se efectuó un tratamiento con fuego en el Parque Nacional Otuquis mediante una quema prescrita, y en el Paraguay si bien la ley ha cambiado y se ha reglamentado con cierta celeridad, en su aplicación ya ha sido suspendida por la propia Autoridad de Aplicación dos veces por lapsos de 3 meses cada vez, con lo cual aún no se ha podido implementar los planes de quemas prescritas para la Reserva del Pantanal Paraguayo. El mensaje que queda en el público es que las mismas autoridades dudan de la eficiencia de la aplicabilidad del marco legal.
En ese sentido, ha habido progresos muy importantes como los Programas de Manejo Comunitario de Fuego en Santa Cruz, Bolivia. Estos programas deben no sólo ser continuados sino difundidos a escala mayor, en los países que forman ese conglomerado paisajístico, y sobre todo en las comunidades indígenas de la región. Proyectos como este ayudan a comenzar a reconocer el papel ecológico del fuego por lo que es necesario fortalecer la investigación y vincularla con acciones más integrales y efectivas de manejo del fuego. Aunque prevalece el enfoque de manejo del fuego que centra su atención en la supresión de todos los incendios forestales, en los cuales, y sin poner en duda la importancia que tienen la prevención y combate de los incendios forestales, se ha cada vez más evidente la necesidad de incorporar en una visión holística acerca del papel del fuego y reconocer los beneficios que se pueden obtener en los ecosistemas dependientes del mismo. Esa postura trasladada a las autoridades de los distintos estamentos de Gobierno podría desbloquear el diálogo entre las instituciones que regulan el uso del fuego y sus usuarios, de manera que no haga falta que estos opten por usar el fuego a hurtadillas. El uso rural y comunitario del fuego puesto en valor optimizan el diálogo y, en muchos casos, el uso del fuego deja de llevarse a cabo al margen de la ley; además, pondrían en valor esos saberes de preciados conocimientos tradicionales que están perdidos, o sólo ocultos hasta ahora.
En los ambientes Dependientes o Adaptados al Fuego como el Pantanal y el Cerrado, es fundamental que se comprenda el papel del fuego, que se alterna con el papel del agua, los cuales se traducen en su “cara mala” a Incendios Forestales e Inundaciones. Nuestra problemática respecto al rol del fuego en el Pantanal es que la enfrentamos con campañas que destacan los aspectos negativos del fuego (la “cara mala”), lo que deriva en impedir reconocer la “cara buena” del fuego y, lo que es peor, propicia una mayor recurrencia de incendios con impactos negativos, ya que las propias autoridades, influenciadas por el público que solo ve la “cara mala”, las que impiden a veces aplicar los tratamientos prescritos, tales como las quemas controladas que evitan incendios sin control. Los incendios (al igual que las inundaciones en el caso del Pantanal), van a seguir produciéndose. Acorde a los expertos, por más que las condiciones del tiempo atmosférico sean extremas es el combustible disponible el que determinará que tan violentos son los incendios. Hasta ahora entonces, trabajar en manejar la carga de combustible podría ser la opción más inteligente.
Lo importante es que nos demos cuenta que, invirtamos lo que invirtamos, no se va a poder frenar el ciclo de incendios y megaincendios que se viene. No tenemos la capacidad de imponer nuestra voluntad a los incendios, pero quizá sí tenemos la posibilidad de desarrollar, rescatar y optimizar nuestros conocimientos, nuestra ciencia, estrategia, táctica y práctica sobre uso y manejo del fuego. Resistirse a los cambios que se están dando con base en lo que sabíamos hasta ahora no es ni será suficiente. En los países más capaces materialmente de recursos, la ingente cantidad de esfuerzos puestos al servicio del “combate” a los incendios forestales no ha dado los resultados esperados. No debemos nosotros pretender seguir esas recetas, que, ahora sabemos gracias a la experiencia ajena, no son ni medianamente sostenibles. Los grupos indígenas Ayoreos en aislamiento, tanto en Bolivia como en Paraguay pueden ser víctimas sin voz ni visibilidad de estos eventos. Este fue y es su ambiente de vida, de caza y recolección. Al igual que ellos, si nosotros nos enfrentarnos esperando resistir al cambio que se viene, no solo no seremos exitosos, sino que haremos el proceso aún más doloroso, desde los puntos de vista ambiental, humano y material. Adaptarse al cambio va a ser la mejor opción, tal como la propia naturaleza viene haciéndolo. La simple mención de los conceptos biodiversidad y ambiente, implica dinamismo. Suponer que se puede volver a una condición anterior o mantener las mismas condiciones actuales – ¡como si la naturaleza misma fuera estática! – por largo tiempo suena poco realizable, sobre todo cuando todas las condiciones meteorológicas están mutando, cambiando, adaptándose (¿o reaccionando a los cambios hechos por nosotros, para poder adaptarse a nuevas condiciones?).
Al trabajar con incendios, debemos pensar en los términos utilitarios (horas/hombre-rendimiento/eficiencia) del trabajo. En las áreas silvestre protegidas, nadie tiene un constante caudal de fondos para apagar una y otra vez un incendio en un ambiente dado, por más valioso que ese ambiente sea. Empezar a pensar que, si un ambiente de una forma u otra va a arder, hacer que arda bajo las condiciones que podamos guiar bajo la información científica adecuada; esta quizás sea la mejor forma de adaptación, de volver a ese ambiente resiliente. Eso permite no solo priorizar el empeño de los fondos para emergencias, sino además seleccionar bajo qué condiciones quemar, para poder asegurar de que donde se defina que había que pararlo lo vamos a parar. Finalmente, eso puede permitir asegurar que los pichones de aquella especie no se van a quemar, o que tal otra iba a estar en su madriguera bajo tierra a esa hora y temperatura, y hasta, -tomando en cuenta las palabras del oporaíva guaraní-, usar fuego durante el ciclo de luna apropiado para que la savia esté abajo, en las raíces.
Allí, donde también acostumbra a refugiarse la verdad.
Ramón Villalba