Son las 6 de la tarde y el sol se está poniendo sobre la pequeña ciudad de Villamontes. Hace dos días que está lloviendo y con el invierno llegando, hace frío en la calle. Pero al abrir las puertas del patio de la casa de Luisa, el calor humano nos calienta el corazón. Los colores de su tiendita llena de artesanías que te transmiten sus costumbres y las risas de su familia y amigos tomando un tecito nos tranquilizan inmediatamente el alma.
Habíamos planificado una entrevista con Marcelo, el esposo de Luisa. Pero ya que Marcelo no se encuentra y podría tardar en llegar, nos interesamos en una abuelita que está tejiendo. Preguntamos si podemos ver lo que está haciendo y Luisa invita su tía de Argentina a sentarse con nosotras. Es una persona discreta y no deja de tejer atentamente mientras nos cuenta un poco de su vida con una voz bajita. La tía de Luisa siempre ha trabajado con artesanías, desde muy chiquita, porque su mamá era maestra de telar.
Quizás el talento de las artesanías es algo que corre por las venas de la familia. Roxana, la hermana de Luisa, también trabaja con artesanías desde hace mucho tiempo. Era más que todo un hobby para ella y salía al mercado campesino a vender sus productos. Infelizmente, los clientes no le pagaban un precio justo para todas las horas de trabajo que representa un solo producto. Es en este momento que Luisa y Marcelo, que ya ha llegado a la casa, piensan: “¿porque no trabajar de manera más profesional y poder montar una empresa?”
Más que todo, el deseo más profundo de Luisa y Marcelo era poder apoyar a su propia gente y revalorizar este trabajo que los Weenhayek han estado haciendo desde siempre: la creación de artesanías únicas hechas con la karawata, una planta nativa de la región del Chaco. Y es así que, en el 2017, nace la pequeña empresa familiar “Kutsaaj Jwitsuk”.
La karawata tiene largas hojas verde que están llenas de pequeñas espinas “como pico de lorito” o “como dientes de piraña” como dicen Luisa y Marcelo respectivamente. Lo bueno de esta planta es que se reproduce abundantemente sin necesitar ningún mantenimiento. Los Weenhayek buscan siempre sacar las hojas más grandes y dejan las pequeñas para que la karawata crezca.
La técnica antigua que usaban los abuelos de Luisa para sacar la planta era retirarla desde abajo, desde sus raíces, para no pincharse con las numerosas espinas. “Pero las manos también se van acostumbrando y fortaleciendo, como para cualquier trabajo”, añade Marcelo. Ahora, los productores cuentan con herramientas para facilitar el trabajo.
La segunda etapa consiste en deshojar una parte de la planta. Primero hay que sacar la cascara que lleva las espinas, luego una segunda cascara y recién empiezan a salir los hilos que se encuentran en el centro de la hoja. Algunos productores deshojan la karawata directamente en el campo, porque les conviene dejar todas estas cascaras directamente ahí: 2/3 de la hoja se bota, así que también resuelta más fácil transportarla una vez deshojada. Luego es necesario dejar que se seque la planta. El tiempo necesario varía entre 1 a 3 días. Lo bueno de la región del Chaco es que hace mucho calor: “es una ventaja enorme para esos tipos de materiales, para secarlos”, explica Marcelo.
Una vez que están bien secos, las hojas de la planta se vuelven a remojar para luego machucarlas, golpearlas suavemente con un pedazo de fierro o un palo para llegar a tener hilos finitos. Una vez obtenidos estos hilos, hay que “emparejarlos”, es decir darle la vuelta a una parte de los hilos para que toda la longitud tenga el mismo grosor. Entonces se puede empezar a formar los hilos que servirán para tejer. Marcelo nos enseña la técnica: el truco es enrollar dos hilos juntos para que forme como una espiral muy rígida. Con sus dedos hábiles y con una velocidad impresionante, enrolla los hilos sobre su pierna. Intentando seguir su ejemplo, nos damos cuenta de que el trabajo con artesanías requiere muchos años de práctica.
Cuando los hilos están formados, cada uno o, mejor dicho, cada una, los teje de la manera que quiere con un grande agujón. No usan regla ni nada de ese tipo para medir, así que el proceso es dejado a la apreciación de la mujer Weenhayek que puede dar rienda suelta a su imaginación y creatividad. Por lo tanto, cada artesanía es única y lleva un pedacito de la persona que la ha tejido.
Los colores que adornan las artesanías de la tienda Kutsaaj Jwitsuk son en parte naturales. Luisa explica: “el color tierra o café se obtiene a base de la cascara de la Pata Pata; el color negro viene de la resina del algarrobo: la resina chorrea del árbol y forma manchas en el suelo que nosotros sacamos con la tierra y la usamos para teñir los hilos”. El color verde apagadito que está en la bolsa que nos enseña Luisa se ha obtenido con hierba mate. Lo mágico es que con una misma planta se puede obtener una variedad de colores. “El secreto para que tome estos colores es que para nosotros el segundo ingrediente es la ceniza”, confía Luisa. Se masajean los hilos dentro de la tinta y de la ceniza y luego tienen que secar una a dos horas “y recién se puede lavar, pero si no lo metemos con ceniza, el color va a salir apagadito”. Excepto los colores más vivos como el rosa o el azul que se obtienen con tintas artificiales, todos los materiales que utilizan los extraen del monte.
La fuerza de la comunidad Weenhayek que fabrica las artesanías de la tienda Kutsaaj Jwitsuk es que hacen un trabajo colectivo entre todos, hombres y mujeres. Todos se apoyan en cada etapa del proceso, no hay un papel reservado para cada uno. Desde la cosecha hasta el hilado de la fibra de la karawata y la elaboración de las artesanías, tanto los hombres como las mujeres participan.
Luisa Retamozo en su tienda en Villa Montes
Las artesanías que pueden encontrar en la tienda “Alma de Monte” provienen de la comunidad Weenhayek de Luisa y Marcelo. El precio de los productos es un precio pensado por y para los productores. Como concluye Marcelo de manera muy linda: “cuando llevas una de nuestras artesanías, no solo llevas un producto, sino que llevas también una parte del tiempo de los Weenhayek, llevas toda una simbología”.
Lisa Wolwertz – pasante del programa de Miel Maya Honing en Bolivia