Este año, y sobre todo los últimos tres meses, fueron definitivamente trágicos para los bosques y la biodiversidad en Bolivia. El fuego no dio tregua y con mayor o menor intensidad ardió todos los días, dejando un saldo aproximado de más de 7 millones de hectáreas afectadas por el fuego
El quejido del bosque fue estrepitoso, retumbando entre las ramas y troncos de los árboles que sucumbían al paso de esta gran ola ígnea, con inmensas bocanadas de fuego traducidas en murallas ardientes de más de 30 metros, las que no dieron tiempo para que miles de animales pudieran buscar un refugio seguro y simplemente tuvieron que sucumbir como víctimas silenciosas de esta gran catástrofe ambiental. El bosque quedará en silencio, como un gran campo santo, guardando el dolor de los animales que quedaron carbonizados en sus suelos.
Y es que tragedias como esta, de fuego y desolación, que podrían parecer aisladas y muy poco frecuentes, se repiten cada año, lastimando de manera implacable nuestras selvas y bosques, debido principalmente a la codicia humana que quiere seguir convirtiendo en campos de cultivo y ganadería las tierras que deberían ser conservadas, pues muchas de las áreas afectadas por los incendios son zonas o unidades de conservación de alta fragilidad y con un elevado nivel de vulnerabilidad.
La gran preocupación de muchos es querer saber cuál es el daño económico causado a nuestro país y sin duda es una preocupación muy válida desde un punto de vista crematístico y desde una visión economicista clásica, sin embargo, no es nada fácil tratar de ponerle precio a la vida de los animales y plantas que fueron calcinados por el fuego y mucho menos aún, a los servicios ecosistémicos y funciones ambientales, como la regulación del clima, polinización, captación y almacenamiento de agua, control de plagas, entre otros; que estos millones de hectáreas están dejando de generar para el beneficio de todos.
Querer traducir el daño ocasionado a cifras que expresan solo millones de dólares, es como pretender que alguien ponga precio a la vida, o más aun, es como preguntar a un creyente cuánto vale Dios.
El futuro no augura nada bueno, varios modelos climáticos globales están advirtiendo que eventos extremos tendrán cada vez ciclos más cortos con la consiguiente afectación; y es que resolver el dilema de nuestro modelo de producción actual, basado en la roza, tumba y quema de los bosques no es nada fácil, requerirá de un esfuerzo global para cambiar nuestros hábitos de consumo.
Nuestros bosques claman por que se les dé un respiro, es urgente pensar en implementar medidas más efectivas de prevención de estos desastres, otorgar una tiempo de protección estricta a los bosques que fueron afectados que sirva para que ecosistemas frágiles y de gran importancia por su biodiversidad y por las funciones que generan, empiecen si quiera su largo proceso de regeneración.