Ecosistemas, fuego y resiliencia

Cuando hablamos de incendios forestales, no hablamos de un fuego único. Cada territorio tiene su propio rostro ante el fuego: algunos bosques se recuperan rápido, otros, simplemente, desaparecen para siempre. Comprender estas diferencias es fundamental para proteger estos territorios únicos que componen el Gran Paisaje Chaco-Pantanal.

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Un paraíso en llamas

Ñembi Guasu: El bosque que resiste

En Ñembi Guasu, el fuego ha sido un visitante frecuente, pero gracias a una organización local ejemplar liderada por el Gobierno Autónomo Guaraní, organizaciones, guardaparques y brigadistas capacitados, se ha logrado contener sus peores impactos. Esta área protegida, reconocida como símbolo de autonomía indígena, ha demostrado que una buena organización local marca la diferencia entre devastación y resiliencia.

Folker Taceo, quien ha acompañado directamente las acciones en Ñembi Guasu como jefe de protección del área, explica: 

«Aquí en el parque estamos organizados y cualquier situación se atiende rápidamente, aunque algunas veces, debido al viento, vegetación y sequía, los incendios se salen de control». 

Él enfatiza también la importancia estratégica de identificar áreas específicas de control y otras de propagación: 

«Entre Taperas y Naranjo está nuestra zona crítica. Si el fuego pasa hacia el sur, combatirlo es casi imposible por lo inaccesible del terreno».

El guardaparque guaraní Joaquín Barrientos también refuerza cómo la preparación previa es clave: «Estamos capacitados para actuar rápido, sabemos cómo manejar el fuego técnicamente, tenemos nuestras líneas negras y puntos estratégicos, así evitamos que el fuego avance hacia nuestra área protegida».

Un aspecto fundamental para esta preparación han sido las capacitaciones y el equipamiento constante que organizaciones como NATIVA y FAN brindan a las cuadrillas comunitarias. Folker también resalta: «Este año fue duro, pero aprendimos mucho desde 2019. Creamos líneas de defensa, hicimos quemas controladas, y aunque el fuego llegó, logramos controlarlo antes de perderlo todo».

Sin embargo, Ñembi Guasu sigue siendo un territorio vulnerable. Las condiciones climáticas extremas y las acciones humanas continúan amenazando su estabilidad ecológica. Por ello, los guardaparques y las comunidades indígenas mantienen una alerta constante, sabiendo que cada temporada puede ser un nuevo desafío.

Guardaparque guaraní

Otuquis y el Pantanal: Cuando el agua ya no apaga el fuego

En el Pantanal boliviano, específicamente en el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Otuquis, el fuego revela su lado más impredecible. Tradicionalmente considerado un ecosistema acuático con resistencia natural al fuego, ahora enfrenta incendios cada vez más frecuentes y agresivos debido a sequías prolongadas. En este ecosistema único, donde la vida florecía alrededor del agua, el fuego se abrió camino con una rapidez insólita.

Walter Méndez, Director del Área Protegida Otuquis, explica claramente cómo cambió el panorama en 2024:

«Este año ha sido muy duro. Las sequías se prolongaron más que nunca por el fenómeno de El Niño. Lo que antes eran humedales se convirtió en tierra seca, combustible puro para el fuego».

Pero los problemas del Pantanal no se reducen únicamente al clima. Las fronteras juegan un papel decisivo en esta región: Otuquis está ubicado justo en el límite con Brasil y Paraguay, y esto ha transformado el combate del fuego en un desafío internacional. Méndez añade con preocupación:

«La mayoría de los incendios comenzaron en Brasil y Paraguay, cruzando rápidamente hacia Bolivia. Hay acuerdos binacionales, pero en la práctica no funcionaron. Brasil contaba con helicópteros y aviones a solo minutos de aquí, pero nunca llegaron.»

Esta vulnerabilidad fronteriza dejó en evidencia las limitaciones operativas del municipio de Puerto Suárez, del que depende Otuquis. Ilonka Suárez Rocha, Directora de Medio Ambiente del municipio de Puerto Suárez, relata cómo se intentó reaccionar frente a esta situación:

 

«Activamos rápidamente el Comité de Operaciones de Emergencia Municipal (COEM) cuando detectamos los primeros focos, pero en áreas como la Laguna Cáceres era casi imposible entrar por la magnitud de los incendios y la falta de logística adecuada. Dependimos completamente del apoyo local y de voluntarios».

Otuquis, que siempre fue símbolo de biodiversidad y abundancia hídrica, ahora enfrenta un serio riesgo ecológico. El fuego, en ecosistemas normalmente inundados, destruye no solo vegetación, sino también suelos ricos en materia orgánica que tardan décadas en recuperarse.

En Otuquis, los incendios han expuesto la fragilidad estructural con la que se gestiona el territorio y han revelado que el aislamiento del Pantanal ya no es protección suficiente. Walter Mendez concluye en su reflexión:

«Necesitamos trabajar más fuerte en prevención, porque una vez que el fuego se inicia aquí, prácticamente no hay cómo pararlo sin la ayuda del clima. Esto significa más educación, recursos permanentes y coordinación binacional. De otro modo, cada temporada será peor que la anterior».

La experiencia de Otuquis y la crisis del Pantanal boliviano evidencian cómo incluso los ecosistemas más resilientes pueden colapsar ante la combinación del fuego, el cambio climático y las presiones humanas. Lo que antes parecía inmune hoy se reduce a cenizas, obligándonos a replantear radicalmente nuestras estrategias de defensa. Enfrentar esta creciente vulnerabilidad exige más que apagar llamas: requiere respuestas integrales, alianzas sólidas, prevención estratégica y un conocimiento profundo del comportamiento del fuego en cada ecosistema.

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Joya natural del Pantanal boliviano

San Matías: El fuego que surgió desde adentro

San Matías fue la región más afectada por los incendios del último año en el Gran Paisaje Chaco-Pantanal. Allí el fuego no llegó de otros países, ni cruzó fronteras distantes: brotó desde adentro, en chacos, pastizales y haciendas locales, extendiéndose rápidamente hacia áreas protegidas cercanas. Esta dinámica interna reveló la vulnerabilidad de un territorio donde la prevención es insuficiente y la logística escasa.

Eugenio Moreno Pehí, guardaparque en San Matías desde hace más de una década, resume cómo el desastre comenzó y se salió rápidamente de control:

«En junio, tuvimos un incendio cerca de la comunidad Natividad que pudimos controlar rápido. Pero el 22 de junio detectamos otro foco dentro del área protegida, y ahí todo cambió. Sin vehículos, sin combustible, sin logística suficiente, no pudimos frenarlo a tiempo».

Moreno detalla cómo rápidamente el incendio se volvió incontenible, avanzando hacia comunidades de la zona norte, arrasando con territorios extensos y delicados ecosistemas. La falta inicial de respuesta hizo que el fuego devastara amplias áreas antes de poder organizar una defensa adecuada:

«Cuando finalmente llegaron las brigadas y los recursos, el incendio ya se había expandido por varios kilómetros hacia áreas de difícil acceso, llegando incluso hasta comunidades como Candelaria y zonas del Pantanal brasileño. Nuestra prioridad absoluta fue proteger las islas donde los animales buscaban refugio y las viviendas de palma que eran extremadamente vulnerables».

En San Matías, las causas principales están ligadas directamente al manejo local del territorio. Eugenio Moreno enfatiza que son principalmente las prácticas humanas, realizadas muchas veces sin planificación ni precaución, las que dieron origen al desastre:

«La mayoría de los incendios empezaron en propiedades privadas, por quemas de pastizales cercanas a viviendas o dentro de las haciendas. Estas quemas suelen salirse de control porque no se siguen recomendaciones básicas, como construir líneas de contención o respetar las condiciones climáticas adecuadas».

Además del uso irresponsable del fuego, la falta de prevención estructural y el impacto del cambio climático complicaron todavía más el escenario. Moreno es claro sobre esta realidad preocupante:

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Fuego sin control, la tierra llora y Bolivia arde

«La prevención sigue siendo el gran pendiente. Con el cambio climático, las lluvias ya no llegan cuando las esperamos, y predecir la época de incendios se hace imposible. Necesitamos planes concretos, realistas, que entiendan esta nueva realidad climática».

En San Matías, como en otras áreas del paisaje Chaco-Pantanal, los voluntarios y brigadistas comunales fueron quienes asumieron la carga más pesada. Eugenio Moreno describe cómo, a pesar de las dificultades, la organización local y el apoyo de las comunidades vecinas y ONGs permitieron enfrentar el desastre: «La cooperación con organizaciones como FAN y NATIVA fue fundamental, especialmente en capacitación y dotación de equipos básicos. Las brigadas comunitarias fueron clave, pero necesitan mucho más apoyo para mantener este esfuerzo en el futuro».

Este incendio dejó claro, nuevamente, la urgencia de repensar nuestro vínculo con el fuego. San Matías enseña, con dolor, que para enfrentar incendios no basta solo con recursos puntuales, sino con prevención real, educación ambiental constante y políticas efectivas que regulen prácticas agrícolas y ganaderas. El fuego seguirá presente en estos territorios, pero las tragedias solo continuarán mientras nuestra respuesta siga llegando tarde, cuando el daño ya es irreversible.

Roboré: la batalla constante contra el fuego persistente

«La Reserva Municipal del Valle de Tucabaca, cerca de Roboré, lleva años enfrentando incendios forestales recurrentes. Allí el fuego no es un visitante ocasional, sino un problema constante y complejo. Las comunidades locales, guardaparques y brigadistas se han acostumbrado a una lucha casi permanente contra un fuego que nunca desaparece del todo.

Leonel Ábrego, bombero municipal de Roboré, relata claramente cómo fue la temporada pasada en la zona:

«Este año tuvimos focos en San Luis, Chochís, Aguascalientes, Naranjo y San Lorenzo. Hubo un incendio especialmente grave cerca de San Lorenzo Nuevo y Viejo en agosto. A los pocos días de apagarlo, volvía a reactivarse por el viento fuerte y el terreno difícil. El fuego aquí no se apaga fácilmente: vuelve una y otra vez».

En sitios como la Reserva municipal de vida silvestre Tucavaca, el fuego no solo golpea con insistencia, también lo hace en lugares especialmente complicados por su geografía. Odisver Casunari Cuéllar, comandante de brigada comunal de Chochís, destaca la dificultad que se presenta en algunos territorios:

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Majestuosidad viva, guardiana del bosque Chiquitano

«La topografía en zonas como Naranjos o San Lorenzo complica todo. El fuego sube rápido por las laderas y es muy difícil alcanzarlo. Dependemos mucho de quemas controladas preventivas y de líneas de defensa. Esa es la clave: si esperamos a que el incendio comience, la lucha ya está medio perdida».

Tucavaca además se enfrenta a la realidad de una gestión del fuego limitada por la falta de recursos logísticos adecuados. Leonel Ábrego menciona con claridad esta problemática:

«La logística es nuestro gran desafío. Muchas personas quieren ayudar, pero simplemente no hay vehículos ni combustible suficiente para movernos rápidamente. Las brigadas comunales, aunque bien organizadas, no tienen cómo llegar a tiempo».

También se combinan el chaqueo descontrolado con accidentes provocados por actividades humanas cotidianas, como ocurrió con el incendio originado por un bus en la carretera cerca del puente de Yacapiche que afectó a comunidades como Yororobá y Aguas calientes.

Las comunidades locales se han vuelto expertas en controlar incendios, pero enfrentan obstáculos permanentes que solo podrían resolverse con inversión estructural, apoyo sostenido y una política más seria de prevención.

 

El fuego subterráneo: la amenaza invisible en las zonas secas

Existe otra dimensión del fuego, menos visible pero igual o más peligrosa: el fuego subterráneo. Joaquín Barrientos Segundo, guardaparque guaraní de Alto Isoso, conoce bien esta amenaza invisible y constante:

«En áreas secas, como la zona de Bañados del Isoso o como vimos en Ñembi Guasu el 2019, cuando el suelo pierde humedad aparecen grietas profundas donde el fuego avanza lentamente por debajo de la tierra. No se ve, pero está ahí, esperando condiciones para resurgir con más fuerza».

Esta forma de incendio es particularmente peligrosa porque pasa inadvertida durante días o semanas, propagándose bajo la superficie y generando daños difíciles de cuantificar y remediar. Las quemas subterráneas erosionan el suelo profundamente, afectando gravemente su capacidad de regenerarse.

Joaquín Barrientos Segundo, guardaparque indígena, reflexiona sobre la necesidad urgente de entender y enfrentar esta amenaza persistente:

 

Fuego subterráneo
El fuego se mantiene activo bajo tierra y puede resurgir en la superficie con el calor o el viento

«El fuego subterráneo es más difícil de controlar porque destruye el suelo desde adentro, quemando toda la materia orgánica profunda. Recuperar esa tierra lleva años. Para restaurarla necesitamos un trabajo especial, como plantar especies nativas durante las lluvias, porque llevar agua es casi imposible en temporada seca».

Este tipo de fuego, además, evidencia cómo las crisis climáticas y ambientales actuales (sequía extrema, deforestación, cambio climático) multiplican el riesgo de que ocurran incendios profundos, difíciles de detectar y aún más difíciles de reparar.

Cada uno de estos lugares nos enseña algo crucial sobre nuestra relación con el fuego. No basta con apagar incendios: hay que entender las características únicas de cada paisaje, apoyar su resiliencia y, sobre todo, cooperar para enfrentar una amenaza que ignora fronteras y límites administrativos. El fuego seguirá existiendo, pero somos nosotros quienes decidimos qué caminos tomará.