Para apagar el fuego, primero hay que entenderlo
El fuego, pese a su aparente simplicidad, es un fenómeno complejo. Entender su comportamiento y naturaleza es el primer paso para controlarlo y reducir su poder destructivo. Como explicaba claramente Jorge Sea, Ingeniero Forestal responsable de la oficina de NATIVA en Roboré con más de 5 años de experiencia en el combate de incendios forestales, existen tres factores esenciales que definen la intensidad y propagación de un incendio forestal: la topografía, el combustible y las condiciones climáticas.
Topografía:
El relieve define la velocidad y dirección del fuego. Áreas inclinadas como serranías permiten que las llamas suban rápidamente, ganando fuerza y dificultad para ser controladas. Leonel Ábrego, bombero municipal de Roboré, ejemplifica este punto desde su experiencia directa:
«En lugares como San Lorenzo y la Serranía de Tucavaca, el fuego sube rápidamente por las pendientes. Cuando esto ocurre, combatir las llamas es muy difícil, y muchas veces solo queda esperar que las condiciones cambien, porque el terreno es inaccesible».
Combustible:
Se refiere al material vegetal disponible para arder, incluyendo pastizales, hojas secas y arbustos. En zonas como la Chiquitanía y el Gran Chaco, el combustible se acumula año tras año. Eugenio Moreno Pedí, guardaparque de San Matías, mencionaba también cómo esta acumulación puede ser decisiva:
«La acumulación de material vegetal desde 2021 y la sequía extrema por El Niño, hicieron que este año fuera similar al catastrófico 2019. El combustible estaba listo para arder».
Clima:
Este es un factor decisivo que exacerba o atenúa el fuego. Temperaturas extremas, sequías prolongadas, baja humedad relativa y vientos fuertes son condiciones ideales para incendios devastadores. En este sentido, el fenómeno de El Niño que golpeó en 2024 multiplicó la peligrosidad del fuego, tal como confirma la entrevista técnica:
«Este año, el fuego se potenció dramáticamente por el fenómeno de El Niño Sequías prolongadas, viento intenso y calor extremo hicieron que los incendios fueran prácticamente imposibles de controlar desde el terreno».
Estos tres factores, aunque fundamentales para comprender el fuego, son solo una parte del problema, pues comprender la dinámica del fuego exige algo más profundo: cambiar nuestra relación con él. El uso de quemas prescritas a tiempo, generando líneas negras cuando termina la época de lluvias, controlaría el fuego antes de que se convierta en una amenaza. Pero esto implica educación, planificación, y conciencia comunitaria, algo que no siempre se entiende bien.
Históricamente, en las comunidades indígenas y campesinas, el fuego siempre ha sido un aliado: se lo utilizaba para renovar pasturas y limpiar terrenos agrícolas de forma segura y ordenada. Pero en las últimas décadas, con la presión por ampliar tierras agrícolas y ganaderas, estas prácticas tradicionales se desvirtuaron. El fuego se convirtió en una herramienta barata y rápida, pero destructiva a largo plazo. El chaqueo descontrolado es hoy nuestro mayor enemigo.

La Autoridad de Bosques (ABT) entrega permisos fácilmente, y no hay supervisión real. La gente quema sin miedo a sanciones, y ese fuego escapa fácilmente de control.
La nueva era del fuego ha dado paso también a lo que los expertos denominan “incendios de quinta generación”, incendios que van más allá del clima o el combustible, y combinan factores económicos, sociales y políticos. Estos incendios generan eventos extremos, como las tormentas de polvo que complican aún más la lucha contra el fuego.
El humo, aunque parece un daño secundario frente al fuego, se convierte en un enemigo adicional e invisible. Ana María Tomiza, de la cuadrilla comunal de Motacucito, recuerda el impacto de la humareda que vivieron durante los incendios:
«No tuvimos fuego directo en la comunidad, pero la humareda nos hizo daño. Muchas personas tuvieron problemas respiratorios, conjuntivitis, las clases fueron suspendidas y el turismo cayó drásticamente porque nadie quería venir a respirar humo».
El humo no solo afecta la salud, también golpea la economía local, el turismo, la agricultura y la ganadería. Es el rostro invisible de una tragedia que afecta a toda la sociedad, incluso donde las llamas no llegan directamente.
Comprender el fuego implica también entender que, aunque la tecnología y las brigadas bien capacitadas son fundamentales, la prevención sigue siendo la mejor arma. Los incendios forestales no solo se apagan cuando están ardiendo, sino mucho antes: con planificación del territorio, educación ambiental, fortalecimiento de las leyes, y, especialmente, revalorizando la sabiduría ancestral del fuego como un elemento natural y necesario.
Los testimonios desde diferentes comunidades y áreas protegidas lo dejan claro: “El fuego es inevitable, pero la catástrofe no lo es”. Dependerá siempre de nosotros, como sociedad, transformar nuestro vínculo con el fuego para que vuelva a ser lo que fue siempre: un aliado inteligente, en lugar de una amenaza descontrolada.