Desde el primer destello que iluminó la noche en una cueva hasta la chispa descontrolada que devora hectáreas enteras, el fuego ha recorrido un largo camino al lado de la humanidad. Hace alrededor de medio millón de años, cuando nuestros ancestros descubrieron cómo controlar y mantener el fuego, no solo consiguieron luz y calor, también encontraron protección frente a las bestias salvajes, alimento cocido que facilitó la digestión y más tiempo para pensar, para imaginar, para soñar con civilizaciones.

hombre-apagando-fuego
hombre-mirando-la-llama

Con el tiempo, el fuego pasó a ser un aliado indispensable. Nos permitió dominar los metales, crear herramientas, abrir terrenos para la agricultura y moldear paisajes enteros según nuestras necesidades. Sin fuego, no habría ciudades ni culturas complejas. Pero esta alianza histórica empezó a fracturarse cuando dejamos de entender al fuego como un compañero que debe ser respetado y empezamos a tratarlo como una herramienta subordinada a nuestra codicia y cortoplacismo.

«El problema no es el fuego, el problema es cómo lo usamos y cómo dejamos que se descontrole por intereses particulares», explica Eugenio Moreno, guardaparques en San Matías. Su experiencia de años enfrentando incendios, y sobre todo el del último año, le ha enseñado que detrás del fuego está casi siempre la mano humana: chaqueos ilegales, desmontes no regulados, falta de prevención.

frase-eugenio-moreno

Leonel Ábrego, bombero municipal en Roboré, coincide plenamente: «La mayoría de incendios son causados por el chaqueo descontrolado. Y las multas son tan bajas que la gente prefiere pagarlas antes que prevenir. No ven al fuego como peligroso hasta que es demasiado tarde».

 

En contraste con este enfoque destructivo, algunas comunidades indígenas y campesinas han conservado una visión del fuego que integra sabiduría ancestral con técnicas modernas. Comunidades indígenas y locales destacan: «Para nosotros, el fuego siempre fue un amigo que nos ayudaba a limpiar la tierra de manera cuidadosa. Sabíamos cuándo quemar, cómo quemar, cómo evitar daños al bosque y a nuestros cultivos. Pero esto se pierde con la llegada de gente de afuera, que solo quiere producir rápido y ganar dinero».

 

Esta pérdida del conocimiento tradicional ha tenido consecuencias devastadoras. Los incendios actuales, exacerbados por la sequía y el cambio climático, queman con una intensidad inédita. En Ñembi Guasu, zona especialmente vulnerable por su vegetación seca, los incendios se han convertido en una amenaza recurrente. Odisver Casunari, líder de la brigada comunal en Chochís, lo resume con claridad: «Antes podíamos anticiparnos, ahora el fuego viene cada vez más fuerte y más seguido».

La humanidad enfrenta ahora un desafío profundo: reaprender el respeto hacia el fuego, recuperar el equilibrio que alguna vez tuvimos, y volver a convertirlo en un aliado que cuida y no en un enemigo que arrasa. Ana María Tomiza, secretaria de turismo y delegada de bomberos en la comunidad de Motacucito (Puerto Suárez), lo expresa con esperanza: «El fuego siempre ha estado ahí. No se trata de eliminarlo, sino de aprender nuevamente a convivir con él, desde el respeto y la sabiduría de nuestros ancestros».


Nuestro futuro depende de cómo entendamos y manejemos esta fuerza ancestral que nos hizo humanos, pero que también podría destruirnos si no recuperamos nuestra relación original de cuidado y respeto.