¿Quién sostiene la lucha contra los incendios?

El fuego no respeta burocracia ni fronteras. Sin embargo, quienes deben enfrentarlo sí están limitados por estructuras políticas, administrativas y económicas que rara vez responden a la altura del desafío.

En esta batalla desigual, las comunidades organizadas y las ONGs asumen un rol que corresponde al Estado, cuya respuesta, muchas veces, llega demasiado tarde.

Una emergencia tardía

En 2024, el gobierno boliviano declaró la emergencia nacional por incendios recién en septiembre, cuando millones de hectáreas ya estaban arrasadas.

Declarar emergencia cuando los incendios ya llevan meses quemando es inútil. Para ese momento, el daño ecológico es irreversible. La respuesta siempre debería anticiparse, nunca esperar a que sea demasiado tarde.

Esta demora tiene consecuencias profundas en comunidades que esperan soluciones inmediatas y reales, no declaraciones vacías. Aquí las decisiones tardías cuestan vidas, animales y bosques enteros que nunca regresan.

La ABT y el chaqueo descontrolado

Mientras el fuego avanza sin control, la Autoridad de Bosques y Tierras (ABT) otorga permisos para chaqueos agrícolas con muy poca supervisión real. Muchas personas con las que se pudo hablar en el territorio coinciden en denunciar claramente esta ineficiencia institucional:

«La gente prefiere pagar multas porque son mínimas. No tienen miedo de sanciones fuertes. La ABT da permisos sin verificar condiciones reales del terreno. Mientras no cambie esto, el chaqueo descontrolado seguirá alimentando incendios». – Nos relatan algunos actores en el territorio.

Según reportes oficiales, las multas por chaqueo descontrolado no superan en promedio los 500 dólares, cifra que no representa un incentivo para cambiar prácticas. Esta política permisiva alimenta un ciclo interminable de incendios.

Fronteras de fuego: la falta de cooperación entre municipios y países

El fuego no reconoce límites, pero la gestión de emergencias sí. Una crítica recurrente de actores locales como Ilonka Suárez, directora de medio ambiente en Puerto Suárez, es la falta de cooperación internacional y entre municipios:

«Brasil tenía helicópteros a minutos de Otuquis, pero nunca llegaron a ayudar. No existe una cooperación real en frontera. Cada municipio o país enfrenta sus incendios aislados, cuando el fuego claramente es un problema compartido».

Lo mismo sucede internamente. Leonel Ábrego recuerda un incendio que llegó desde San Matías hasta Roboré, sin cooperación municipal:

«El incendio llegó desde San Matías, pero tuvimos que enfrentarlo solos. La coordinación entre municipios prácticamente no existe en emergencias reales».

Cooperación real

Las ONGs y comunidades que hacen lo que el Estado debería hacer

En ausencia del Estado, son ONGs como NATIVA y FAN, junto con brigadas comunitarias, quienes asumen el papel fundamental en la prevención, capacitación y combate directo de incendios. Odisver Casunari, comandante voluntario en Chochís, enfatiza claramente este rol:

«Todo lo que tenemos viene de las ONGs: equipos, capacitación, celulares para monitorear incendios. Ellos hacen lo que el Estado debería hacer. Sin estas alianzas, nuestra lucha sería imposible».

En Motacucito, Ana María Tomiza refuerza esta idea:

«Nuestras capacitaciones vienen del municipio con apoyo de FAN. Sin ese respaldo, simplemente no existiríamos como brigada comunal».

Más dinero para apagar que para prevenir

Una paradoja constante es que el Estado invierte mucho más en respuesta a incendios que en prevención. Según el reporte oficial de incendios 2024 de Fundación Tierra, la inversión estatal en prevención no supera el 15% del gasto total anual relacionado con fuego. Esto genera una respuesta ineficiente, gastamos millones en apagar incendios cuando ya son incontrolables. Si destináramos la mitad de ese dinero a prevenir, capacitar y equipar brigadas locales, tendríamos resultados muy distintos.

Este modelo reactivo no solo es caro e ineficaz, sino que ignora por completo la evidencia técnica y la experiencia acumulada. El caso exitoso de Ñembi Guasu demuestra que la prevención y el monitoreo constante funcionan mejor que la respuesta tardía.

En definitiva, el vacío del Estado frente al fuego se evidencia en retrasos, decisiones equivocadas y una política permisiva que favorece el chaqueo descontrolado. Frente a este vacío, surge una fuerza colectiva desde comunidades locales y organizaciones comprometidas que, sin tener obligación formal, asumen plenamente el compromiso con la defensa del territorio y la vida.

Estos actores, trabajando en silencio, marcan el camino que las instituciones oficiales deberían seguir, con la firme esperanza de que algún día, más temprano que tarde, el Estado asuma plenamente su responsabilidad en una crisis que demanda menos promesas y más acciones reales.

Conclusión: el futuro del fuego

El fuego nunca desaparecerá, pero podemos decidir cómo convivir con él.

Cada incendio nos enseña algo sobre nosotros mismos. En los últimos años, el fuego dejó en Bolivia cicatrices profundas que no se pueden ignorar: bosques enteros consumidos, humedales secos, animales perdidos y comunidades enfrentando crisis recurrentes. Sin embargo, en medio de la tragedia también aprendimos algo importante: no basta con apagar llamas; debemos cambiar profundamente nuestra manera de relacionarnos con el fuego y el territorio.

Desde los incendios catastróficos del 2019 hasta la crisis actual del 2024, hemos aprendido que sin prevención, el fuego siempre ganará la batalla. Si algo deberíamos haber aprendido desde 2019 es que no podemos seguir reaccionando tarde. Invertir en prevención, educación y monitoreo temprano es mucho más barato, más lógico y sobre todo, más efectivo.

Pero, aunque la evidencia está ahí, muchas cosas siguen fallando. La política reactiva, sanciones insuficientes, burocracia lenta, y la falta de cooperación entre países y municipios siguen permitiendo que los incendios sean más devastadores cada año.

Reconocer el fuego como parte inevitable del paisaje implica integrarlo activamente en la planificación ecológica. Esto no significa tolerar incendios destructivos, sino gestionar sabiamente quemas controladas que permitan reducir la acumulación de combustible, fortalecer líneas de defensa, y monitorear continuamente los ecosistemas más vulnerables. Folker, Jefe de protección de Ñembi Guasu, lo plantea con claridad técnica:

«El fuego debe formar parte de nuestra planificación territorial: saber dónde y cuándo puede ocurrir nos ayuda a manejarlo de manera inteligente, evitando catástrofes mayores».

En este proceso, hay guardianes silenciosos que ya están mostrando el camino. Comunidades indígenas, campesinas, mujeres brigadistas y jóvenes voluntarios son quienes hoy están cambiando la forma en que enfrentamos el fuego. En Motacucito, Ana María Tomiza resalta esta fuerza local:

«Aprendimos que somos capaces de cuidarnos. Ya no esperamos que vengan a salvarnos; estamos organizados, capacitados, monitoreamos, actuamos con prevención. Esta es la manera de proteger el futuro del lugar donde vivimos».

Estos nuevos guardianes están construyendo soluciones reales que necesitan ser fortalecidas. La estrategia ya no es solo apagar incendios cuando ocurren, sino evitar que sucedan, crear alianzas duraderas entre comunidades, organizaciones y Estados, e integrar plenamente la sabiduría local con los conocimientos científicos y técnicos más recientes.

El desafío ahora es llevar esta visión a todo nivel: desde políticas públicas efectivas y cooperación internacional, hasta apoyo real a las brigadas locales, educación comunitaria y planificación ecológica inteligente.

Si aprendemos de quienes están haciendo bien las cosas, si convertimos la prevención en prioridad real, y entendemos que el fuego jamás desaparecerá pero sí puede ser gestionado con inteligencia, la relación entre humanos, naturaleza y fuego puede transformarse profundamente.

El camino no será sencillo ni inmediato. Habrá nuevos incendios, nuevas dificultades. Pero los guardianes del paisaje, que ya trabajan silenciosamente y con fuerza, están demostrando que podemos enfrentar esta realidad desde la resiliencia y no desde la resignación.

Al final, la gran lección del fuego es sencilla, poderosa, y profundamente humana: no elegimos el fuego, pero sí podemos decidir cómo convivir con él. Es en esa decisión donde se define, con firmeza y esperanza, el futuro del paisaje que compartimos.