Ser boliviano, vivir en Bolivia, es saberse rodeado de montañas, desde nuestros hermosos nevados, pasando por toda la cordillera real y los cientos y cientos de cerros que uno tiene que subir y bajar para llegar de un destino a otro. En Bolivia es muy difícil encontrar caminos rectos, al menos en el occidente, los viajes son sinuosos porque debemos bordear los cerros, arriba y abajo, algunos con vistas increíbles e infartantes. Y cuando una viaja en avión se queda sorprendida, no solo de pasar por encima de interminables cadenas montañosas, sino de ver desde las alturas pequeñas casas y comunidades que una no puede siquiera imaginar cómo se han arreglado para establecerse y sobrevivir.
Yumasa es una de esas comunidades que habitan las montañas, un pequeño conjunto de casitas blancas habitadas por gente que se dedica al pastoreo y a la siembra a 65 kilómetros de la ciudad de Tarija. Pero Yumasa es, además, la entrada a un magnifico mirador, desde donde se puede apreciar el sexto cañón más profundo del mundo en el río Pilaya. Así es, sorprende hasta decirlo, ¿cuánta gente sabía que, nada menos que en Tarija, teníamos esta maravilla natural? Y más aún, ¿cuántos tuvieron el privilegio de visitarla? Yumasa, como decía, es la puerta de entrada al borde del mundo.
Llegamos a esta comunidad luego de transitar numerosos y sinuosos senderos durante unas 3 horas aproximadamente, y al arribar nos esperaba don Ademar para darnos la bienvenida y convertirse en nuestro guía turístico por el día. Don Ademar vive con su esposa, doña Eulalia y su madre; solo ellos se quedaron luego de que todos sus hijos partieran a distintos rumbos, producto de la migración a la que se ven impulsados los jóvenes cada vez en mayor medida por la falta de oportunidades.
Desde la casa de don Ademar, solo basta subir unos cuantos metros para encontrarnos con una primera vista del cañón, aunque aún estamos a la mitad de la subida porque justamente nos topamos en frente con un paredón de montaña donde alguien divisó una estela blanca, ¿Es eso un cóndor? nos preguntamos todos, la distancia nos impide comprobarlo a simple vista así que hacemos uso de los artefactos tecnológicos que nos acompañan desde nuestra urbanidad. Don Ademar que venía por detrás, nos confirma la presencia de un cóndor, para él no cabe duda ya que los ve todos los días, son los dueños y señores de las montañas y del cielo de Yumasa y los comunarios les guardan respeto.
Finalmente podemos enfocarlo con un largavistas y acercarnos con un drone para la que será una de las postales más lindas del día: el cóndor no se mueve, se mantiene estático y cauto ante el acoso del objeto volador no identificado para él, en medio de un risco en la montaña, con la majestuosidad que lo caracteriza. Después de tomarle algunas fotografías dejamos tranquila a nuestra maravillosa ave y continuamos la expedición hasta el filo mismo de la montaña, siempre hacia arriba, un poco a caballo y un poco a pie.
En el camino vamos charlando con don Ademar, que es una fuente valiosísima de información. Hablamos sobre los cóndores; don Ademar nos dice que no les cabe duda de que son éstos los verdaderos habitantes de esas montañas, pero que han aprendido a convivir juntos. Ellos no los ven como una amenaza, aunque es cierto que en ocasiones estos se hayan podido llevar un cordero o una gallina suyos, pero eso no es motivo para hacerles daño, recalca enfáticamente don Ademar quien tiene claro que Yumasa no sería lo mismo sin ese cielo surcado por los cóndores.
Pero en Yumasa no solo conviven con los cóndores: hay otro animal muy especial que también habita esas montañas: el Juko o Jucumari, el famoso oso de anteojos. Don Ademar nos relata que lo ha visto pasar innumerables veces, lo más cerca que estuvo de uno ha debido ser unos 40 metros, nos cuenta.
Con la emoción de saber que estamos ante un territorio que podría albergar dos de las especies más emblemáticas de nuestro país, y en riesgo de extinción, nos hemos encontrado ya en la cumbre, tras unos cuarenta minutos de caminata donde por fin hemos podido asomarnos al Gran Cañón del Pilaya, de una importante profundidad, dividiendo dos departamentos de este país: Tarija y Chuquisaca; al frente de Yumasa y detrás de las altas montañas del cañón, se encuentra la comunidad de Culpina.
Es difícil describir con palabras lo que se siente ante esos espectáculos naturales, supongo que lo primero que una se pregunta es ¿cómo?, luego caemos en la inmensidad del tiempo que es lo único que puede garantizar la creación de lo imposible, y después solo queda la contemplación silenciosa, la certeza de estar presenciando un pequeño infinito dentro de nuestra vida finita.
El empuje constante del agua sobre las montañas, el desgaste producido por el viento, el derretimiento de los glaciares… numerosos procesos han tenido que darse para formar estos paisajes. La naturaleza es una artista, pero se toma su tiempo. Es increíble como a veces los seres humanos podemos destruir algo que ha sido esculpido por milenios, quizás incluso mucho antes de que nosotros nos adueñemos de este mundo. Tenemos una corta visión del futuro, solo vemos la inmediatez, lo que nos pueda dar un rédito económico el día de mañana, y el pasado mañana ya no existe; pero es cierto también que tenemos una pobre conciencia del pasado. Creo que, si podríamos reflexionar un poco en los procesos de la naturaleza y todo lo que se forma alrededor de estos procesos, la vida misma, tendríamos un poco más de respeto por la conservación.
Los planes de construir una hidroeléctrica en este lugar atentan con la vida, con la historia natural y con el futuro también. Yumasa, como puerta de entrada al cañón, tiene un potencial turístico riquísimo sin explotar, el avistaje de cóndores solamente lo podrían posicionar como un destino de turismo comunitario y de conservación contribuyendo por doble vía al mejoramiento de las condiciones de vida de los comunarios y protegiendo a los cóndores y otros animales que habitan el cañón como los Jucumaris y pumas.
Hay alternativas a los grandes proyectos de impacto ambiental, es posible generar mejores condiciones de vida para todas y para todos sin tener que pasar por encima de los procesos naturales. Romper el equilibrio que la naturaleza ha creado durante años no es difícil, lo difícil es afrontar las consecuencias.
Yumasa está a pocos metros de la cumbre de esas montañas que se pueden ver desde los paseos aéreos, pero increíblemente no es el último asentamiento, hasta el más recóndito lugar que se alcanza a ver existen casas y caminos sinuosos que llegan a ellas, y cultivos y pastores cuidando sus vaquitas y ovejas, lo cual es una clara muestra de la resiliencia del ser humano, que puede adaptarse a casi todas las condiciones naturales con un poco de creatividad y esfuerzo, y si pudiéramos alentar esa creatividad y premiar ese esfuerzo sin imponer proyectos desarrollistas y capitalistas estoy segura que todos ganaríamos.
Sobrepuestos de la belleza, y luego de tratar de memorizar el paisaje para llevárnoslo de vuelta en el corazón, emprendimos el retorno. Un último momento de compartir con don Ademar y su familia con un almuerzo especial, de esos que tienen el saborcito a leña que los hace únicos y nos subimos a los autos para regresar a la cotidianeidad de nuestras vidas hasta un próximo encuentro.
Pero de igual manera, con esfuerzo y creatividad, también nosotros esperamos aportar con nuestro granito de arena a la visibilización de este lugar promoviendo proyectos para su conservación. Definitivamente el Pilaya ha quedado en cada uno de los que realizamos esta expedición, pero también ha quedado en nuestra agenda de trabajo.
¿Te quedaste con ganas de más?, lee el reportaje de Roberto Navia sobre este viaje en el siguiente link: https://www.revistanomadas.com/viaje-vertical-al-sexto-canon-mas-profundo-del-mundo/